Que extraño hueso es el coccix.
Ubicado al final de la columna vertebral, este hueso flojo, antes aguantaba el peso de nuestras colas de monos hiperactivos. Durante años, este leve protuberancia llena de sensualidad, ya que demás esta mencionar que mas abajo surgen como colchones nuestras nalgas, fue signo vital de extraños ritos de fertilidad, erotismo, sensualidad, y despliegues inusitados de placer.
Los egipcios, cazaban palomas virgenes, con las que los faraones acariciaban las espaldas de sus esposas. Sus manos repletas de realeza, se detenian en el coccix, en donde dejaban colgando plumas blancas, como extrañas muestras de amor, en donde declaraban que estaban satisfechos con el elixir de sus labios y su cuerpo.
Las mujeres, enseñaban orgullosas estas plumas atadas a la piel, que iban acumulando, hasta formar una pequeña cola de ave de vuelo ligero.
Con el pasar del tiempo el coccix siguió siendo objeto de deseo y pasión. Existió un rey en la corte francesa del siglo XIV, que decreto que las mujeres deberían usar apretados vestidos que cubrieran todo su cuerpo, pero que el coccix debía estar siempre a la vista, como un sensor que llevaba el pulso de las caderas. Se dice que éste rey vivía en un cuarto habitado por mil espejos, todos colocados a la altura de la cintura.
Poco a poco, los hombres decidimos, olvidarnos de este organo, los nuevos dictamenes de la ciencia moderna, que buscaban alejarnos de los otros seres de la naturaleza con cola, en un afan de superioridad intelectual. Ya que es inconcebible para la ciencia una inteligencia superior con una cola entre las patas. El erotismo sin embargo, nos lleva hacia otros linderos, a soñar con la idea de que alguna vez más nos acoplemos juntos, el hombre y la mujer, el macho y la hembra, frontalmente. Y mientras el coito ocurre, nuestras colas vuelvan a estar enlazadas, en señal de la unión total del delante y de las espaldas.
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