Cuando fui nomade, el cielo volaba. La tierra se movía, mi estomago era plano, y mis pies parecían felpudos coqueteando con el grass y la velocidad de las alturas en camiones, buses o 4 x 4.
Cuando fui nomade, no había horarios de oficina, ni almuerzos con cronometro, ni escritorios, ni marcadas de tarjeta, solamente había horizontes.
Y en medio de cualquier horizonte, estaban mis pies, inclinados hacia arriba, soñando con nuevos destinos, nuevos rumbos, nuevas formas de mezclarse con las sombras de un nuevo viaje.
Cuando fui nomade, no había horarios de oficina, ni almuerzos con cronometro, ni escritorios, ni marcadas de tarjeta, solamente había horizontes.
Y en medio de cualquier horizonte, estaban mis pies, inclinados hacia arriba, soñando con nuevos destinos, nuevos rumbos, nuevas formas de mezclarse con las sombras de un nuevo viaje.
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